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El escritor sudafricano y Premio Nobel, John Maxwell Coetzee, realiza en el último número de la revista Ñ, un análisis interesante a partir de la publicación en dos tomos de las cartas de Samuel Beckett.

El artículo de Coetzee acompaña con comentarios sugerentes los principales focos de influencia en el devenir artístico del creador irlandés: la recomendación al Trinity Collage y a la Ecole Normale Supérieure de París por parte del profesor Thomas Rudmose-Brown.



Sin embargo, la enseñanza le provocaba a Beckett una apatía como la que cuentan la mayoría de sus personajes. Con la publicación de Proust (1932) el joven Beckett intenta sentar las bases filosóficas de su futura obra. Siente simpatía por Kant y por el estilo de Schopenhauer, llega a escribirle una carta al propio Einsenstein para poder entrar en la Escuela Cinematográfica de Moscú. Lo que logra Beckett una vez que deja atrás los cimientos de su formación es trascender a través de un intento exasperado por “explorar lo inexplorable” y “trascender a través de lo indecible”. No es casual que al dejar atrás el magisterio de James Joyce su búsqueda estética sufra modificaciones inusuales: llegar hasta el silencio y la nada despojando al lenguaje hasta desmembrarlo por completo. Quizá por eso Beckett pensó que para sus fines la gramática francesa resultaba mucho más asequible que el inglés tradicional. Con la adopción del francés como lengua, llega la conformación de su estilo característico en el trasfondo de sus principales obras: las producciones teatrales Esperando a Godot (1952), Los días felices (1960) o novelas como El innombrable (1953) y Watt (1953).El deseo de Beckett por permanecer en París tiene mucho de esa posición a ultranza por el exilio que ya había elegido anteriormente Joyce. La primera obra teatral que escribió el autor de Ulises se llama justamente “Exiliados”. Y tampoco es menos cierto que la influencia de Joyce sobre Beckett al principio fue demasiado grande. De todas maneras, el trabajo de Beckett con la palabra movilizó el panorama literario del siglo XX para volver a hacer foco sobre la experiencia del silencio que nos circunda, nos atrapa y nos derriba.

Fragmento de “El expulsado”:

Por eso levanto los ojos, cuando todo va mal, es incluso monótono pero soy incapaz de evitarlo, a ese cielo en reposo, incluso nublado, incluso plomizo, incluso velado por la lluvia, desde el desorden y la ceguera de la ciudad, del campo, de la tierra.

Rodrigo Díaz