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La Revolución Rusa, más allá de las inconmensurables repercusiones políticas, sociales, económicas e históricas que implicó, fue un fenómeno creador a nivel artístico como pocos otros. Una de las expresiones más prolíficas fue el cine. Y si se habla de cine soviético es ineludible la figura de Sergei Eisenstein.

Lo positivo de escribir sobre Eisenstein, es que una nota sobre él escapa a las típicas notas sobre cineastas: enumerar sus películas, hacer una sinopsis de las dos más conocidos y nombrar los galardones que haya recibido. La obra del director ruso trasciende fechas y datos para transformarse en algo más, en algo filosófico.



La época en que Eisenstein vivió (1889-1948) marcó a fuego sus realizaciones. Toda revolución, sea cual sea la ideología que le de sustento, es un fenómeno de creación y de destrucción. Al proletariado ruso y a los bolcheviques les tocó la misión histórica de destruir para siempre el Estado zarista, y a hombres como Eisenstein les tocó la creación de la nueva cultura. Primero intentó hacerlo desde el teatro, aunque no tuvo mayor fortuna: en 1925 se decidió por el cine.



Sus primeros pasos fueron más bien teóricos, escribió sobre lo que más tarde sería conocido como “Montaje de atracciones”. Eisenstein no era ajeno al Materialismo Histórico y sus principios fundantes, por lo que hubiera sido contradictorio que sólo se hubiese dedicado a ser un teórico del cine, hacía falta que lo plasme en una cinta. Para que el cine sea algo útil para transformar la realidad, el director tuvo que desterrar el Montaje de atracciones de la esfera de la teoría y ponerlo en práctica. Eisenstein explicó él mismo en que consistía esta nueva técnica de filmación: “el montaje libre de acciones (atracciones) elegidas, independientes (incluso fuera de la composición dada y del entrelazamiento narrativo de los personajes), pero con una orientación precisa hacia un determinado efecto temático final. Éste es el montaje de atracciones". La secuencia de filmación no seguía una hilación como ocurre actualmente. El director ruso, en cambio, filmaba miles de secuencias diferentes, sin relaciones unas con otras. Las secuencias no se encadenaban una con otra, sino que chocaban: de esa relación dialéctica entre las imágenes, de ese conflicto entre las secuencias surgía una forma de filmar capaz de manipular las emociones de quienes vieran la película. Así como Marx afirmaba que la sociedad se reproducía a través del conflicto, para Einsestein una filmación era el resultado de la relación dialéctica entre las imágenes que la componían.

Eisenstein tenía como objetivo que sus películas fueran una revolución en si misma, y expresaran la decadencia del arte burgués. Es por eso que el director ruso jamás usaba actores profesionales para sus películas: para él la masa, el conjunto era más importante que cualquier individualidad. Nuevamente los conceptos de creación y destrucción se entremezclan: había que destruir la antigua forma de hacer cine, para dar origen a una completamente nueva.



Sobre la utilidad política del cine, Eisenstein dijo: “(…) la tarea de todo tipo de teatro es la formación del espectador hacia una dirección deseada. Una atracción en el teatro es un momento agresivo; aquel que influye al espectador en sus sentidos y en su mente. A través de éstos, se intenta transmitir el contenido ideal de la obra en la percepción del espectador, entiéndanse éstos como contenidos netamente ideológicos.” Frases como ésta y su talento y prestigio entre los soviéticos, le valieron la sospecha de Stalin. La sospecha de Stalin en la década del 30´ era el equivalente a una estadía en los campos de concentración siberianos (Gulags). Pero Eisenstein se salvó. Es irónico que la Unión Soviética estuviera casi tres décadas gobernada por Stalin, quien construyó un Estado y un gobierno alrededor de su persona, todo lo contrario a los ideales del marxismo-leninismo: todo lo contrario a la obra de Einsestein, donde los protagonistas individuales no tenían cabida, eran devorados por el poder del conjunto.

Más allá de haber filmado El acorazado Potemkin (1925) u Octubre (1930), consideras obras de arte por el mundo del cine, Eisenstein no logró concebir su mayor proyecto: inventar un tipo de cine nuevo para llevar a la pantalla El Capital de Marx. Escribió al respecto, habló de ello en charlas, viajó a Estados Unidos en busca de financiación y hasta llegó a reunirse con James Joyce para trabajar juntos en la idea. Eligió a Joyce como consejero debido a que era el autor del “Ulysses”, libro reconocido por los monólogos internos del protagonista, que fueron escritos sin signos de puntuación. Eisenstein consideraba que trabajar con Joyce le permitiría desentrañar la forma de llevar a la pantalla un libro de teoría económica y funcionamiento de la sociedad. Pero la Gran Depresión y lo complejo del proyecto lo volvieron imposible. La obra final del cineasta revolucionario no llego a nacer.


Agustín Méndez