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Los “superhéroes” derivados de los cómics han sido una de las vertientes más explotadas por la industria del cine. De la extensa y variopinta gama de este tipo de historias, hay una en particular que llama la atención, ya sea por su originalidad como por los cambios que ha sufrido a lo largo de su existencia: la de Batman. En 42 años de historia cinematográfica, Batman ha demostrado ser un personaje prácticamente esquizofrénico, debido a las múltiples (y contradictorias) características que ha tenido.

En total fueron siete los films protagonizados por el hombre murciélago, con un total de cinco actores diferentes que lo encarnaron: Adam West, Michael Keaton (en dos ocasiones), Val Kilmer, George Clooney y Christian Bale (también en dos oportunidades). A su vez, las siete películas fueron rodadas por cuatro directores distintos: Leslie H. Martinson, Tim Burton, Joel Schumacher y Christopher Nolan. Burton, Schumacher y Nolan dirigieron dos piezas cada uno.

Lo sorprendente es cómo un único personaje ha sido capaz de variar tanto en el tiempo: ningún “Batman” es ni remotamente perecido a su antecesor o a su sucesor. A pesar de provenir de una fuente común, el cómic creado en 1939 por Bob Kane, las películas son tan heterogéneas entre sí que parece que trataran sobre personajes diferentes.

Detrás de la creación de Kane, subyace una idea surgida de la rica cultura griega, esa idea es la del héroe. Para la tradición griega, el héroe no sólo estaba compuesto por virtudes asombrosas o habilidades únicas; también poseía miserias, dudas y defectos como el resto de los humanos.

El Batman que en 1966 encarnó Adam West (y dirigió Leslie Martinson) era una versión carnavalesca. Naif es otro adjetivo que le haría justicia a la interpretación de West. En este caso, Batman aparece como un multimillonario que se disfraza para combatir el crimen en sus ratos libres. No hay un móvil que lo impulse más allá que restablecer el orden de Ciudad Gótica. Batman no teme, no odia, es incapaz de matar, sólo atrapa al villano y vuelve a la mansión a vivir como Bruno Díaz. La historia es simple, hay dos bandos bien diferenciados, el bien y el mal: el primero representa todos los valores considerados correctos en la sociedad, mientras que el segundo busca destruirlos. Poco se sabe sobre Batman antes de ser Batman, lo único que se registra ligeramente es el asesinato de los padres de Bruno Díaz cuando era un niño, que dio origen a la búsqueda de justicia.



La segunda película, se estrenó en 1989, fue dirigida por Tim Burton y al personaje principal lo protagonizó Michael Keaton, quien si bien no es Marlon Brando, es varias veces mejor actor que Adam West. En esta entrega se respeta el carácter sombrío de Batman, no es un personaje que hace reír, ni un héroe bufonesco. Una prueba de esto es que el tradicional traje de la década de los 60´ que era gris y azul pasa a ser totalmente negro, como son los murciélagos realmente. Ciudad Gótica es efectivamente gótica, por lo que el superhéroe está rodeado de un entorno que le va en saga y le permite desarrollar sus características principales con mayor coherencia. Se repite la característica de un pasado ausente, por lo que prácticamente no se explica como Bruno Díaz se transforma en Batman.



Parece que la intención de Tim Burton era humanizar al héroe, ya que en Batman Regresa (1992), aumenta la oscuridad del personaje, la melancolía como rasgo principal. Parece que esto mucho no gustó a la gente de la Warner, ya que sería la última intervención de Burton como director en la saga. En las dos entregas dirigidas por Burton, el enmascarado tiene intentos de romances (con mujeres, claro) desterrando los rasgos asexuados que West imprimió a su interpretación.

Tres años más tarde, en 1995, aparece en el mercado cinematográfico Batman Forever, preocupante titulo teniendo en cuenta la pobre calidad de la caracterización de Val Kilmer. Si nos atenemos al personaje en sí, Joel Schumacher no es capaz de tomar la herencia de Burton. Bruno Díaz bucea en su pasado, en su infancia, para enfrentarse al trauma que le supuso el asesinato de sus padres. Deja de sentirse culpable sobre lo ocurrido, y siente que ser Batman es menos una obligación que una elección. Aparece nuevamente ese ideal de superhéroe que lucha sólo por la justicia y por el bien común, dejando de lado las emociones más humanas. Puede resultar paradójico, pero cuando Schumacher hizo que Batman se adentre en sus orígenes, el héroe aparece simplificado, pierde la complejidad propia de su constitución.



La secuela denominada Batman y Robin (1997) es la legítima heredera de la protagonizada por Adam West 31 años antes: continuó con la estética sesentista, perdiendo todas las innovaciones que durante casi tres décadas habían enriquecido el personaje. Schumacher vio en Clooney al actor ideal para poner la cara detrás de la máscara. En esta oportunidad, el hombre murciélago se la pasa sonriendo, y el personaje no tiene mayor relevancia: si bien es el protagonista, no aporta nada a la historia. Es en vano agregar mucho mas sobre esta versión de Batman, es un intento de regresar a los sesenta, pero con 100 veces más presupuesto, por lo que podemos considerarnos 100 veces más decepcionados. Tal fue la apatía que género esta entrega, que la Warner se negó a seguir produciendo películas de este superhéroe. Schumacher logró lo que nadie, mató al murciélago de los huevos de oro.



Aquí es cuando el arquetipo de héroe aparece con más fuerza. Cuanto más bajo ha caído, cuando más fuerte lo han golpeado, cuando parece que no se levantará, el héroe saca fuerzas de donde ya no quedan y resurge de sus propias cenizas. La dupla Christian Bale- Christopher Nolan (protagonista y director respectivamente) fueron los encargados de dar vida a las dos mejores películas de Batman. Luego del fracaso de 1997, era necesaria una reconstrucción desde cero, de allí el nombre Batman Begins (es decir, Batman Inicia). Nolan eligió contar la historia de Bruno Díaz, desde sus traumas y sus miedos. La prematura muerte de sus padres a manos de un delincuente, y la personalidad temerosa del joven Díaz marcarían a fuego su futuro. El Batman encarnado por Bale no se considera un héroe. Detrás de la máscara hay un hombre como cualquier otro de Ciudad Gótica, con tribulaciones, con sus propios fantasmas que lo rondan a diario.



El Batman de Bale elige al murciélago como su signo característico porque es una de las cosas a las cuales más teme. Es a través del control de sus miedos que Batman logra la sensación de ser invencible. En las cinco películas anteriores, se sabía que Batman ganaría por obra y gracia de la pluma del guionista. En Batman Inicia y el Caballero de la noche (2008), la sensación de que el héroe no puede perder nace de la capacidad que éste tiene para atemorizar a quienes se crucen en su camino, les come la cabeza jugando con sus propios temores. El Batman de Bale no persigue delincuentes, los caza. Su motor son sus propias emociones (miedo y venganza principalmente), las cuales estaban ausentes en las caracterizaciones anteriores: el héroe deja de ser una criatura cuasi divina, separada del resto de los seres vivientes, para ser un hombre. Este Batman no se considera a sí mismo un ícono del bien, pero sabe muy bien a quienes tiene que perseguir. No le interesa ser querido por la gente, ni siquiera considera que él sea el que aplica “LA” justicia, a lo sumo lo que hace es aplicar la suya particular, que está constituida por su turbulento pasado y sus propias vivencias.



Podemos considerar a la versión de Nolan y de Bale como la definitiva, la del héroe que retoma a su lejano pariente nacido de la cultura griega.



Agustín Méndez