La figura de Francois Truffaut nunca podrá ser olvidada: su propio amor por el cine se combina en sus películas con una exquisita sensibilidad que acompaña al espectador tanto en la comedia como en el drama. Fue uno de los iniciadores de la nouvelle vague, movimiento cinematográfico que intentó ponerle fin al neorralismo italiano y que lideró con Resnais, Chabrol y Rohmer, entre otros. Sin embargo, Truffaut -como tantos otros exponentes de distintas esferas artísticas- sobresale por encima de las tribulaciones de su tiempo por habernos entregado una mirada distinta, peculiar e imperecedera. Logró títulos fundamentales para la cinematografía: Le nuit américaine (La noche americana) (Òscar a la mejor película de habla no inglesa, 1973), Jules et Jim (1962), Les cuatre cents coups –Los cuatrocientos golpes- (1959), L'homme qui aimait les femmes –El hombre que amaba a las mujeres- (1977), etc. En todas ellas, si las observamos en detalle desde el principio hasta el final notaremos ciertos detalles que las hacen únicas.
Tomemos una en cuestión: L'homme qui aimait les femmes. La cinta comienza a modo de flashback, es decir, en el entierro del protagonista. Un soltero de mediana edad, Bertrand Morane, es un hombre obsesionado por la belleza y la complejidad femenina. En cada romance, Bertrand asume una posición paternal y de protección, pero siempre queda subsumido ante un frenesí sexual que lo lleva en búsqueda de otra conquista. Su personalidad es incapaz de profundizar en los lazos afectivos de la mujer de turno, ya que un día ama cierto lunar debajo de los labios de la encargada de una boutique y a la semana se enloquece por unas piernas que le entregaron sensualidad en un mediodía lluvioso. El caso de Bertrand se encuadraría fácilmente dentro de la figura de Don Juan –aquella figura del hombre fanfarrón y seductor que en la literatura española se asocia con Tirso de Molina- que lleva su actitud vital hacia lugares cercanos al narcisismo y a la homosexualidad.
En efecto, según Claudia Lucía Borensztejn –integrante de la Sociedad Psicoanalítica Argentina- Don Juan padece histeria. “El cuadro no difiere del de la histeria femenina, en cuanto a la incapacidad de establecer una relación de amor que integre y supere el odio y la agresividad propia de relaciones más infantiles. La histérica no se conforma con nadie. Don Juan tampoco. Se dice de ella que no hay órgano que le venga bien, y a Don Juan le pasa lo mismo. ¿Tiene problemas sexuales? Es posible: impotencia, eyaculación precoz, o bien practica una sexualidad deportiva, sin compromiso emocional.”, concluye la doctora. Cada Don Juan en un conocido postulado freudiano busca a su único y verdadero amor perdido: su madre. Y semejante “Mujer Maravilla” sólo puede buscarse a través de una demanda ininterrumpida que nunca tendrá fin.
Así de esta manera Bertrand podría ser considerado como un inmaduro patológico. Pero Truffaut acierta una vez más y le da un giro al film que lo vuelve mucho más interesante: Bertrand decide escribir sus memorias y esa experiencia se vuelve búsqueda éstetica y proceso creativo. Ya que Bertrand –como Don Juan- le teme a la muerte, es temeroso de la finitud y pregunta constantemente sobre el sin sentido de la vida. Entonces la finitud -la “náusea” sartreana, el absurdo camusiano- se vuelve obsoleta: Bertrand encuentra en su nueva “misión” la paz necesaria para brindar un testimonio de su paso por el mundo. Su aparente superficialidad es derribada por un nuevo pasatiempo literario, y entonces, logra sentirse un tipo complejo y único. La película de Truffaut nos enseña que detrás de vidas insignificantes hay pulsiones, deseos, amores y lágrimas, que pueden ser narradas y puestas en un libro como burla de una muerte inevitable.
Rodrigo Matías Díaz